¿Activismo pro gordura?

Mientras la incorporación de cuerpos diversos en pasarelas y campañas publicitarias empieza a dar sus primeros pasos, en nuestro país se gesta un movimiento que busca correr a la gordura del estigma y la discriminación. Laura Contrera (40) es profesora de filosofía, abogada y «activista gorda». Integra el taller «Hacer la vista gorda» y en 2016 co-editó -junto a Nicolás Cuello- Cuerpos sin patrones. Resistencias desde las geografías desmesuradas de la carne (Madreselva). Este fin de semana, junto a un equipo, coordinará el último taller en ser incluido en el Encuentro Nacional de Mujeres que se realiza en Chaco. ¿El tema? La patologización de la gordura.

«El activismo gordo piensa a la gordura de un modo distinto: desafía al pensamiento hegemónico que considera a la gordura como algo digno de ser erradicado, que siempre es patológico y que habla de una persona sin voluntad que es desagradable para la sociedad (no solo estéticamente, sino por ser no saludable)», explica Laura a Entremujeres. Detalla que, desde sus orígenes en los años 70 en Estados Unidos, el movimiento busca trabajar «la matriz de opresión de la gordura». En Argentina, explica, la historia del activismo gordo es más reciente y se remonta a 2011, cuando empieza a pensarse a nivel local y regional con otros activismos de la diversidad corporal, de género y sexual que tienen una historia muy rica en el resto de Latinoamérica.

– ¿Se puede ser activista gordo siendo «flaco»?

– Creo que para ser activista gordo no necesitamos pesar a nadie ni sacarle el índice de masa corporal, porque a la gordura hay que medirla contextualmente. Es difícil decir quién es gordo y quién es gorda si no nos pensamos históricamente situados, en una sociedad dada y demás. De hecho, el índice de masa corporal varía según los dictados de la ciencia y de la industria de la dieta. Pero creo que sí: para ser activista gordo hay que identificarse como tal y, en general, los activistas gordas y gordos nos reconocemos como tales. Pienso que las personas que son delgadas, en definitiva, pueden ser amigas, tener afinidad y ser aliadas políticas para esta lucha, pero no encarnar ni sufrir las discriminaciones asociadas con el peso corporal considerado excesivo en un momento histórico dado.

– ¿Qué les dirías a aquellos que argumentan la cuestión de la salud (que asimilan comer sano a ser delgado)?

– Trabajamos muchísimo sobre esta ecuación que se ha asociado la delgadez como sinónimo de salud, cuando sabemos que no toda delgadez indica necesariamente un cuerpo que se pueda situar en los estándares de lo saludable, y que no toda gordura en sí misma es patológica. La propia Organización Mundial de la Salud ha entrado también en estas definiciones poco acertadas científicamente (no nos olvidemos que también se ha equivocado patologizando la homosexualidad o las identidades trans); pero evidentemente, la ciencia no deja de ser una construcción social, humana y cultural y, como tal, es falible. Muchas veces sus paradigmas están más ligados a cuestiones económicas, pues la industria médica de la dieta mueve muchos millones de dólares en el mundo; por lo tanto, creo que esta asociación entre la delgadez y la salud es bastante conveniente.

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