Da la impresión de que Hannah Hillebrand, de 29 años, está en todas partes al mismo tiempo para echar una mano. Zabi se ha olvidado de añadir azúcar a la masa, Hassan pela las patatas calientes sin ponerse guantes, y Said, que tiene que filetear pescado, está delante de la tabla de cortar sosteniendo el cuchillo equivocado.
Hillebrand ha estudiado Psicología y Cocina. Como directora del proyecto La Cantina de los Refugiados del barrio de Wilhelmsburg, en Hamburgo (Alemania), le pueden venir bien ambas titulaciones. Antes de su primer día de trabajo con los refugiados se pasó tres meses escribiendo un voluminoso libro de recetas en el que incluyó también todo lo que hay que saber sobre la cocina alemana. Ahora se da cuenta de que a sus alumnos —en la cocina hay seis chicos con chaquetas blancas de cocinero— no les sirve prácticamente de nada. Los textos son demasiado largos, y los términos técnicos, demasiado extraños. Tiene que empezar por lo más básico.
La Cantina de los Refugiados es uno de los muchos proyectos dedicados a proporcionar una formación dual a los refugiados en Alemania. La asociación Gastrolotsen de Hamburgo se ha especializado en cocineros y personal de servicio. Actualmente, los empresarios de la restauración se quejan de la falta de trabajadores especializados. Los bajos salarios y los turnos espantan a muchos jóvenes.