López Obrador no cede a sus grandes programas a pesar de la pandemia y los evidentes signos de debilidad

Definitivamente una de  las imágenes que dejará este sexenio en México será la del presidente dando un mensaje en un patio del Palacio Nacional solo. Con el eco repicando cada palabra.

Si el Papa dio la bendición urbi et orbi en una plaza de San Pedro vacía, Andrés Manuel López Obrador hizo tres cuartas partes de lo mismo con el que se antojaba —hasta entonces— uno de los mensajes más esperados desde que la pandemia del coronavirus se instaló en el país. Una ilusión, pues lo que recalcó el mandatario mexicano es que nada va a poner el freno a sus deseos de cambios. La Cuarta Transformación es imparable hasta el punto de que López Obrador ha dicho que la crisis ha venido “como anillo al dedo”, donde todos ven una soga al cuello.

La omnipresencia de López Obrador es desconcertante. El mandatario brindó el domingo su cuarto informe trimestral. Entre uno y otro ha celebrado 90 ‘mañaneras’, su conferencia de prensa diaria, y enviado una media de cuatro vídeos diarios durante los fines de semana, en los que sale de gira por el país. Nunca la población estuvo aparentemente tan informada y, sin embargo, presa de la confusión. En el momento en el que se le reclamaban más concesiones, López Obrador se mantuvo impertérrito. Allí donde muchos vieron una oportunidad perdida para generar confianza, él vio la posibilidad de llevar la conversación a su terreno.

La atención está, de nuevo, en su forma de responder; en las grietas que se han abierto en su gabinete, sobre todo entre los asesores económicos. En si ha condenado a México al abismo. Y ahí, el presidente se maneja como nadie, pues no tiene rival en la arena política. El debate sobre si el país está bien preparado para afrontar la pandemia en materia sanitaria ha quedado en un segundo plano

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El mensaje que transmitió López Obrador fue claro: nada va a parar su Cuarta Transformación de México.

Ni siquiera la peor pandemia del último siglo, que ha puesto patas arriba la política y la economía de todo el planeta, hará que viren sus intenciones. No, al menos, de momento. Ante un posible retroceso, el presidente responde con más de lo mismo. Rechazó la posibilidad de endeudarse para financiar un programa similar al de otros países, como le reclamaba parte de su Gobierno, lo que ha abierto una grieta que ya es un secreto a voces. “El mensaje da una confirmación formal a lo que parecía ser su postura desde hace unas semanas: presumir la inmovilidad de su programa económico como una virtud”, considera Humberto Beck, profesor e investigador del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México.

Para el analista hay varios aspectos de la postura de López Obrador —su rechazo a “rescatar a los empresarios” o a seguir recetas “neoliberales”— que tienen antecedentes históricos que los hacen explicables, “como la opacidad en el rescate bancario del Fobaproa [un fondo de contigencia creado en los noventa] o la larga y problemática historia de México con la deuda externa”. “Pero estamos en tiempos de crisis sin precedentes, que demandan nuevas ideas y formas de concebir los problemas. Este último aspecto me parece una ausencia en el discurso presidencial”, añade el politólogo mexicano.

La claridad, a su juicio, convive con cierta contradicción: “La rigidez de su postura ante la crisis confirma otra cosa: que de una manera extraña, una parte sobresaliente de su programa termina coincidiendo con aspectos importantes de la ortodoxia neoliberal, sobre todo en los temas de gasto público”. Pocas horas después de su mensaje, López Obrador defendió en su conferencia de prensa matutina que su Gobierno se ha anticipado “al derrumbe del modelo neoliberal que provocó el coronavirus”.

La forma en que López Obrador ha afrontado la pandemia hace semanas que levantó ampollas. Fueron polémicas sus giras cuando las autoridades sanitarias comenzaron a recomendar que se guardase una “sana distancia” entre las personas: el presidente viajó a Guerrero y Oaxaca, dos de los Estados más frágiles económicamente, donde es previsible que la población se vea más afectada y repartió abrazos sin freno. Se le criticó cuando sacó dos estampitas que decían que le protegían del virus: “Son mis guardaespaldas”. O con una serie de declaraciones que dieron la impresión de que minimizaba la fuerza de la pandemia: “Tengo mucha fe.

No nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias”; “si estuviera angustiado, si la situación estuviese fuera de control, lo diría. Estoy tranquilo”; “eso de que no hay que abrazarse, no pasa nada”; “los mexicanos por nuestra cultura somos muy resistentes a todas las calamidades”; “no dejen de salir, todavía estamos en la primera fase, yo les voy a decir cuándo no salgan”.