Cuando Blanca vio por primera vez el cartel con el rostro de Jorge, se le destrozó el corazón: «¿cómo voy a ver a mi hijo nada más así?» Tres años después, como el resto de padres de los 43 jóvenes de Ayotzinapa desaparecidos, continúan aferrada a esa imagen, luchando por conocer la verdad.
«Jamás me imaginé que íbamos a pasar tanto tiempo así», dice a Efe Blanca Luz Nava, madre de Jorge Álvarez, sobre el tiempo que ha pasado desde la noche fatídica vivida en el municipio mexicano de Iguala el 26 de septiembre de 2014; tres años de «sufrimiento, angustia y desesperación».
Y, sobre todo, de no saber a ciencia cierta qué ocurrió con su hijo: «Yo me acuesto, me levanto pensando en mi hijo, no hay un segundo que no deje de pensar en él, cómo estará, dónde estará, si estará vivo, si estará muerto, eso es lo que nos está matando poco a poco, esa incertidumbre».
El primer día que no lograban localizar a los 43 estudiantes, cuando aún reinaba la confusión, los compañeros de la Normal Rural de Ayotzinapa, en el sureño estado de Guerrero, intentaron tranquilizar a Blanca.
Le decían que los jóvenes habían sido detenidos en Iguala, donde habían acudido para apoderarse de unos autobuses con los que irían a la marcha del 2 de octubre en la Ciudad de México.
Las horas fueron pasando y la pregunta «¿dónde están?» permanecía sin resolverse. Desde entonces, los padres, siempre sujetando carteles con la imagen de sus hijos, se mantienen en una lucha que prometen no abandonar.
No todo es dolor, entre las familias está latente un enfado por los «engaños» y la «burla» que, consideran, les ha brindado el Gobierno.
Su resentimiento se basa en la supuesta «verdad histórica» ofrecida por el Ejecutivo unas semanas después de la desaparición para explicar el caso: los jóvenes fueron entregados por policías corruptos al grupo criminal Guerreros Unidos, que los asesinaron, incineraron en un vertedero y arrojaron sus cenizas a un río.
Sin embargo, expertos internacionales echaron abajo esta versión, apoyados en evidencias científicas.
«El Estado le está apostando a que nos cansemos y nos vayamos a casa, pero yo he dicho que como madre jamás me voy a cansar de buscar a mi hijo (…) y a sus compañeros. A pesar de tanta mentira, estamos de pie», sentencia Blanca.
La madre, quien tiene otros tres hijos, confía en que habrá un día en el que verá regresar a su hijo, podrá abrazarlo y cumplir la promesa que le hizo cuando ingresó en la Normal de Ayotzinapa: comprarle una computadora.