El FBI ha admitido que fue alertado el 5 de enero de la voluntad homicida de Nikolas Cruz y no hizo nada por investigarlo. «Hemos determinado que no se siguieron los protocolos». «La información no fue transmitida a la oficina de Miami y no se llegó a realizar ninguna investigación», se lee en el comunicado del director del FBI, Christopher Wray, que afirma que la agencia federal está «comprometida a revisar los procesos de respuesta a la información que recibimos del público». En medio del luto nacional por la salvaje masacre del instituto de Parkland (17 muertos), el FBI asume su culpa ante el gravísimo error cometido. Una persona cercana a Cruz que no se identifica en el comunicado les avisó de que el joven era una persona perturbada, armada y con «potencial de cometer un tiroteo en una escuela». También les advirtió que Cruz publicaba mensajes violentos en las redes sociales. Este sería el segundo aviso sobre Cruz que recibió el FBI, pues ayer se supo que en septiembre un usuario de Internet lo puso sobre la pista de un video en el que decía que algún día se convertiría en «un tirador profesional en un colegio».
El clamoroso fallo del FBI sube aún más la temperatura del debate sobre la necesidad de regular el acceso a las armas en Estados Unidos, una cuestión que el presidente Donald Trump intenta eludir.
«Presidente Trump, ¡por favor hagal algo! Acabo de pasar las últimas dos horas preparando el funeral de mi hija. ¿Cuántos niños tienen que morir antes de que hagamos un cambio?». Lori Alhadeff perdió a su hija Alyssa, de 15 años, en la matanza del instituto de Parkland, y clamó ante las cámaras por que la Casa Blanca tomase medidas. En el discurso de seis minutos de Trump tras la tragedia provocada por un muchacho depresivo armado con un fusil, sin embargo, no se mencionaron ni una vez las armas.
A pesar de que la opinión pública americana apuesta cada vez más por un mayor control de las arma (51% lo pedía en una encuesta de Gallup en 2017, cinco puntos más que en 2012) y de que la acumulación de masacres evidencia el problema, el presidente esquiva el debate. En sus palabras a la nación sobre la sangría provocada por el joven perturbado Nikolas Cruz, Trump prometió «abordar el complejo asunto de la salud mental» y aumentar la seguridad en las escuelas. En noviembre, tras la matanza en una iglesia de Texas de otro hombre armado con fusil de asalto, dijo que no se trataba de «un problema de armas».
Años atrás Trump se mostró partidario de regular el acceso a las armas de asalto. En 2012 incluso suscribió las palabras de Obama después de la matanza de Newtown. Pero, siempre listo para orientar sus principios a la orilla que más le conviene, durate la campaña de 2016 pasó a defender que cuanta más gente armada más probable sería frenar a los asesinos y se envolvió en la Segunda Enmienda, que garantiza el derecho de armarse y es sagrada para el votante republicano. Durante su carrera electoral la Asociación Nacional del Rifle (NRA en sus siglas en inglés) lo apoyó con 30 millones de dólares.
El miedo a perder el apoyo de su base, la otra mitad de americanos que se aferra al rifle, y las influencias de la poderosa industria de las armas mantienen a Trump y a los republicanos limitados en su reacción a las masacres, más allá de lo que pueda dictarles en sus adentros el sentido común. Otra estrella del partido, Marco Rubio, senador por Florida y financiado con más de tres millones por la NRA, sostuvo después de la escabechina del instituto que leyes más estrictas «no la habrían prevenido».
Nikolas Park, un exalumno del instituto expulsado el año pasado, huérfano, con problemas mentales y en depresión sin tratamiento médico, pudo comprar su fusil semiautomático AR-15 sin ningún problema gracias a la facilidad para comprar armas poderosas que hay en Florida. Pese a su carácter problemático y la exhibición que hacía en las redes sociales de su obsesión por las armas y la violencia ningún mecanismo se activó para prevenir su estallido de sangre.