Según la última encuesta de Consultores 21, más de cuatro millones de venezolanos han huido de la revolución, una diáspora masiva que en los últimos dos años ha crecido a la misma velocidad que los precios.
La crisis humanitaria en la frontera, como reconoció el Parlamento esta semana, es de tal tamaño que ya se preparan campamentos para emigrantes. Solo en el subcontinente, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Brasil y Argentina se enfrentan como pueden a una oleada de fugados del chavismo. Y que se preparen para lo que viene: el 40% de los venezolanos sopesa la idea de emprender también su propio exilio personal.
«¡Se compra cabello!», gritan uno espontáneos. Milagros y su amiga Koralia, de 18 años, caminan a su encuentro. Salieron de madrugada de Rubio, un pueblo del Táchira, el estado fronterizo. Hasta aquí llegaron con la abuela de Antuan, que se ha quedado vendiendo unos plátanos y papayas. Entre las dos jóvenes cargan al bebé, dispuestas a vender sus caballeras, que llaman la atención de los cazapelos. El regateo es intenso, así son las fronteras. Las dos chicas van y vienen, hasta que llegan a la peluquería Los Guerreros. Milagros espera su turno, ya hay cinco chicas sentadas sometiéndose a lo que parece una tortura viendo sus rostros. Koralia no se decide, tiene el pelo más corto que su amiga «porque una señora vidente me dijo que me cortara parte cuando la luna estuviera creciente. No me quiero quedar como una gallina». La jovencita se tendrá que conformar con vender sus frutas para, con el dinero obtenido, comprar unas cápsulas de Omeprazol para su madre. Una de ellas no aguanta la tensión y rompe a llorar de forma dramática.
No puede ni hablar, pero su «agente de viajes», también venezolano, explica al reportero que ese dinero le ayudará a viajar a Ecuador. A pocos metros salen autobuses para Quito, Lima, Santiago de Chile y Buenos Aires. Para llegar a la capital argentina, última parada del viaje, se necesitan entre 9 y 10 días, después de pagar 1.400.000 bolívares. Milagros desiste porque tiene que esperar turno en la peluquería, así que se pone en manos de una señora muy cerca del puente.
Sin pudor, casi en medio del trasiego frenético. La venta del pelo es uno de los múltiples negocios de una frontera tradicionalmente conocida por el contrabando de gasolina. Una redada en las últimas horas ha provocado la desaparición, como por arte de magia, de los pimpineros, los vendedores de combustible.
Los automovilistas dan vueltas y vueltas porque saben que llenando el depósito con la gasolina venezolana sale tres veces más barato. Están sentados y para llamar la atención de nuevo de sus clientes golpean en el suelo una botella de plástico colocada en la punta de un palo. Las casas de cambio, el contrabando de comida venezolana y la prostitución también compiten como grandes negocios paralelos a las diáspora de los parias de América. La venta de cabello no mueve, por supuesto, cantidades millonarias como los negocios anteriores, pero en un solo día medio centenar de chicas se desprenden de lo que con tanto esmero cuidaron durante años. El récord de hoy es para una «catira» (rubia), que consigue 140.000 bolívares por su espectacular melena.