Mujeres productoras siembran oportunidades en tierras marcadas por el machismo

Irma es una joven guerrerense que hace poco heredó la huerta de su papá, un par de hectáreas tupidas de árboles de mango, que fueron sembrados hace más de 50 años por su padre y su abuelo. Pero cuando esta herencia le fue anunciada, narra ella, “la primera en oponerse fue mi misma familia, empezando por mi abuela: ellos decían que yo no podía ser dueña de este lugar, porque soy mujer”.

Ése es el razonamiento, explica Irma con los ojos desorbitados por la indignación, con el que su familia intentó impedir que tomara posesión del patrimonio que le dejó su papá.

El suyo, lamentablemente, no es un caso aislado ni excepcional, sino más bien ejemplo de las barreras cotidianas que enfrentan las mujeres mexicanas cuando, desde espacios rurales, intentan mejorar sus condiciones de vida y superarse.

Silvia Robledo narra su propia experiencia: “Yo soy de Chiapas, y fui la primera persona de mi comunidad que pudo terminar una carrera universitaria. Yo nací entre los cafetales, y fue difícil salir a estudiar, porque se piensa que eso es para hombres. Lo que se espera de las mujeres en mi estado es que se casen y se pongan a tener hijos, pero yo afortunadamente tuve el apoyo de mis papás y pude estudiar y lograr la licenciatura en agronomía”.

La universidad, explica Silvia, no era para ella una oportunidad para fugarse de su realidad rural, sino un canal para volver a ella, ahora con herramientas técnicas que le permitirían apoyar a su familia y a sus vecinos.

Sin embargo, recuerda, “cuando terminé la carrera y volví a mi pueblo, en el año 2003, con todas las ganas de ayudar a la gente, a todos los productores, no sólo a mi familia, ¿qué pasó? Pasó que las autoridades del pueblo me dijeron que cómo se me ocurría que yo podía capacitar a los productores de café, si yo soy mujer. Sólo después de mucho presionar me dijeron, ‘está bien, puedes dar capacitación, pero no a los hombres, sólo a las mujeres del pueblo”.

Y luego, cuando Silvia comenzó a dar capacitación en técnicas agrícolas a mujeres, “el problema siguió, porque los hombres del pueblo sólo les daban permiso a sus esposas de asistir a los talleres si se llevaban consigo a los niños, o sólo si ellos mismos las acompañaban para vigilarlas”.

Este es un modelo de vida social que excluye a las mujeres de las oportunidades de desarrollo, explica por su parte Norma Estela, de Zacatecas, y no sólo se expresa en la vida familiar y comunitaria, sino también en la vida política y en el proceder gubernamental.

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