En el quinto día de la ofensiva aérea lanzada por las tropas sirias, un centenar de efectivos médicos se esfuerza en salvar todas las vidas posibles. Son 400.000 los civiles atrapados en el mayor cerco del país. Al menos 46 personas perdieron la vida el jueves, elevando el balance humano a más de 400 muertos (entre ellos 95 menores) y más de 2.000 heridos desde el pasado domingo, según el recuento que hace el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos.
Las únicas voces que llegan desde Guta lo hacen a través de entrecortadas llamadas de WhatsApp, y las de doctores, activistas, responsables locales, defensa civil y periodistas los únicos con acceso a conexiones satelitales en una zona donde se han cortado todas las comunicaciones.
Armani B cuenta con 10 colegas a su cargo. No tiene claro cuánto tiempo podrán aguantar más en esta situación crítica. Entrada la noche, el momento en el que amaina la intensidad de los ataques aéreos, familiares y voluntarios del barrio acuden a los hospitales para enterrar a sus muertos. Les dan sepultura en fosas comunes, iluminados con linternas, y lo hacen a toda prisa para evitar las bombas. Los cadáveres que no pueden ser identificados son fotografiados y el lugar exacto en el que han sido enterrados queda registrado en una libreta. «No tengo más tiempo para la prensa. Hace cinco años que advertimos de las matanzas y no ha servido para nada», zanja la doctora.
El Consejo de Seguridad de la ONU votará este viernes un proyecto de resolución sobre un alto el fuego de 30 días para permitir la entrada de ayuda humanitaria y la evacuación de más de 700 pacientes críticos. “La situación más urgente ahora es la escasez de suministros médicos”, dice en una conversación telefónica Ingy Sedky, portavoz del Comité Internacional la Cruz Roja en Siria (CICR). “Trabajamos con lo que tenemos”, repiten uno tras otro los médicos de Guta.
El anestesista Bassem B. ha asistido a la extirpación de ojos de cinco personas heridas por fragmentos de metralla. Calcula que ha dormido como mucho ocho horas desde que comenzaron los bombardeos: “Estamos usando medicamentos caducados confiando en que aún surtan efecto y amputando miembros que en cualquier otro sitio se podrían haber salvado”, explica. Hace meses que no recibe suministro de medicinas desde que el régimen volara los túneles por los que accedían a los de contrabando.
En el cerco de Guta “no entra ni sale un ratón”, apostilla otro sanitario. Las instalaciones médicas están desbordadas y a pesar de que casi toda la población de Guta se esconde bajo tierra en refugios y sótanos, los heridos siguen llegando.
Las labores de rescate se han convertido en una misión casi imposible debido a la intensidad de los bombardeos y la artillería que según los paramédicos toman como objetivo a las ambulancias. “Guta es un infierno bajo y sobre tierra. Aquí no se ve el sol ni de día ni de noche”, dice un desesperado Sajar, miembro de las Defensas Civiles de Guta Oriental, más conocidas como los Cascos Blancos. Cuatro de sus compañeros han perdido la vida en un bombardeo. Para evitar transportar a los heridos entre hospitales, el Consejo Local de médicos ha activado un plan de emergencia por el que son los cirujanos y traumatólogos los que se desplazan.